José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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sábado, 22 de octubre de 2016

XXX° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de octubre de 2016

SEÑOR, TEN PIEDAD DE MÍ
“El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja…”

I° lectura: Eclo 35, 15b- 17.20-22ª; Salmo: 33; II° lectura: 2Tim 4, 6-8. 16-18; Evangelio: Lc 18,9-14

La humildad al momento de pedir perdón se expresa con actitudes coherentes y palabras con sentido; es una de las acciones más sublimes, ya que forma parte del amor. Ni los títulos, ni el manejo desordenado del dinero, ni una determinada posición social, podrán ser garantes de humildad; esto nos lleva a reflexionar sobre lo que en la liturgia de este domingo se nos presenta: pedir perdón con sincero arrepiento y saber escuchar la voz de Dios.

PEDIR PERDÓN DE CORAZÓN

No se puede orar a Dios con la soberbia en el corazón, con la envidia y el desprecio hacia los demás. Se ora con el corazón colmado de humildad, misericordia, piedad, compasión hacia los demás, hacia todos sin excepción. Todos somos pecadores y todos tenemos necesidad de su misericordia y debemos pedir perdón por nuestros pecados y enmendar nuestros errores. Dios escucha la oración de quien se reconoce pecador ante Él y pide perdón para sí y para el prójimo. 

“¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”  Cuánta arrogancia hay en estas palabras y aunque nos escandalicemos, muchas veces somos los primeros que las decimos, comparando a los demás de manera injusta. Cuántas veces, miramos a los demás de arriba hacia abajo, lo vemos como “pobrecitos”, insignificantes y demás. De nuestros ojos sale desprecio, juicios negativos y muchas veces lo hacemos para exaltarnos, creyéndonos mejor que los demás. Nos colocamos ante los demás como quien tiene mejores cualidades, como si portarse bien es privilegio de pocos.

Se podría decir que juzgar a los demás es una falta de amor extrema, donde la soberbia supera la humildad y se dejan de lado las virtudes, muchas o pocas, que se puedan tener. Si la oración no inicia con humildad y ella no es realmente apegada al amor de Dios, se cae en la hipocresía y se olvida el propio pecado. Acudamos a Dios con humildad, sencillez y docilidad, esa es la actitud del verdadero cristiano.

CON MARÍA SANTÍSIMA, MADRE DEL AMOR

En el Magnificat, María Santísima nos enseña a proclamar la grandeza de Dios y de su amor. En ella se cumple la Palabra de Dios y a través de ella podemos hacer vida lo que su Hijo nos enseña. Ella, madre del amor, nos muestra el camino a seguir y cómo un verdadero cristiano debe ser testigo del amor de Dios en medio del mundo y de la vida cotidiana. Así sea.

José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com


2 comentarios:

Unknown dijo...

Palabra de Dios: Gloria a Ti Señor.

Unknown dijo...

Palabra de Dios: Gloria a Ti Señor.

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